lunes, 19 de junio de 2017

Él nunca lo haría

Pasó hace unas semanas. En uno de los grupos de WhatsApp que comparto con otros compañeros (esos fisiofrikis nos llama mi chica) hablábamos de esos pacientes que de un día para otro simplemente "desaparecen".  No, no hablábamos de aquellos que te dejan tirado, sin avisar ni nada, esos que te cogen cita urgente para mañana a las 8 de la mañana, y después de darte un madrugón de campeonato te dejan más en la estacada que los barones socialistas a Pedro Sánchez. Hablábamos de esos pacientes a los que tratas, una, dos o tres veces, que están mejorando, aquellos pacientes con los que has pautado y consensuado un plan de ejercicio, de tratamiento,  unos objetivos, y que de repente, con  una llamada de teléfono, o con un mensaje de whatsapp anulan la cita, sin motivo, sin explicaciones. Si te he visto no me acuerdo.

Hace unos meses, en Twitter (más frikis, sin el apellido, generalizando) preguntaba Julio Mayol cómo se sentían los profesionales ante el abandono por parte del paciente:
La respuesta es cuando menos curiosa. Un 60% de los profesionales se sienten dolidos ante una pérdida de ese tipo. Quizás el raro soy yo, pero no lo veo. Hablamos a menudo de "mis" pacientes, o de "nuestros" pacientes, evocando con esos determinantes posesivos un concepto de posesión completamente equivocado desde mi punto de vista. La relación terapeuta-paciente no es una relación de pareja, ni de amistad, en la que dos personas se escogen libremente, y en la que esa sensación de abandono cuando las cosas al final se acaban puede estar justificada. La relación terapeuta-paciente es  absolutamente asimétrica. Es el paciente aquel que escoge el terapeuta (y algún político español diría que es el terapeuta aquel que es escogido por el paciente, y es el paciente el que vota al alcalde, pero vamos a dejarlo aquí), o en según que sistemas, es el propio sistema el que asigna un terapeuta a un paciente, o un paciente a un terapeuta. Pero por lo que yo conozco no existe en ningún caso el profesional sanitario que va "eligiendo" a sus pacientes (aunque reconozco que como idea no estaría nada mal). Tiene mucho más sentido por ello que yo hable de "mi" dentista, o de "mi" médico de familia, a que yo hable  de "mis" pacientes.

Y sin embargo en fisioterapia ese porcentaje del que hablaba Julio Mayol se mantiene o incluso se eleva. De eso hablaba con mis compañeros (sí, aquí el mis si está bien utilizado). Ese paciente al que pensábamos que con una o dos sesiones más habríamos alcanzado todos los objetivos y que nos "abandona" antes de tiempo. ¿Antes de tiempo? ¿Abandona? A lo mejor no es así del todo. En fisioterapia, habitualmente, no salvamos vidas. Sí, es cierto, mejoramos la calidad de la vida de los pacientes, pero eso también lo hacen mil otras cosas (voy abriendo el paraguas), un libro, tener más tiempo libre, un analgésico, 6 en la primitiva... Y además, somos bastante periféricos en la vida de muchos de esos pacientes. Ese paciente ha pasado con nosotros una, dos, quizás tres horas en el último año de su vida... (no hagáis cuentas, ya os lo digo yo, un porcentaje menor del 0,05... tendría peso estadístico). No sabemos porqué el paciente dejó de venir, quizás consideró que ya se encontraba lo suficientemente bien como para necesitar esa otra sesión que habíamos planificado juntos, o quizás todo lo contrario, consideró que no se encontraba lo suficientemente bien como para seguir acudiendo a nosotros y prefirió buscar en otro sitio. Quizás simplemente no tenía tiempo, o dinero, o ganas, o cualquier otro motivo que no le apetecía compartir con nosotros.

Hace años que decidí dejar de hacerme pajas mentales elucubraciones sobre aquellos aspectos que no podía controlar. Admití que esta relación con la que trabajo es una relación en la que de alguna manera (y aparte del paraguas, voy poniéndome un chubasquero por la que me pueda caer) el fisioterapeuta tiene mucho de kleenex, muy útil cuando es útil, hasta que de repente un día no lo necesitas más y se va a la basura. Acepté que yo soy de mis pacientes,  y que son ellos los que deciden cuando empieza nuestra relación y cuando acaba. Asumí que por mucho que establezca con ellos una buena relación, que los involucre en tratamiento y en la toma de decisiones, seguimos siendo dos extraños que caminan juntos solamente durante un breve trecho del camino. Me hice cargo que como en cualquier relación de pareja solo sabemos cuando va a acabarse cuando ya se ha acabado, y que en esto tampoco hay simetría.



No, el paciente no me abandona cuando decide dejar de venir. Entiendo que tiene sus motivos aunque yo no los conozca, de la misma manera en la que yo abandono un tratamiento cualquiera sin que la amoxicilina se sienta abandonada por ello. Pero en el colmo de la asimetría de esta relación, seguiré sintiendo el peso de la responsabilidad cuando un paciente, cuando ese mismo paciente, deposite su confianza en mí para que le pueda ayudar. 

Muchas gracias y buena lectura.

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